NO ME HAGAS DAÑO

No me hagas daño plantea todas las preguntas que nos angustian acerca del maltrato. Llevados de nuestro afán clasificatorio, la primera pregunta es natural:

¿Cuál es el perfil de un maltratador? El problema es que tal vez no tengan un perfil definido ya que los hay cultos, elegantes, de clase alta, media, o de clase baja, trabajadores…

La segunda pregunta incide en las motivaciones del verdugo: ¿Por qué son maltratadores? Quizá porque fueron maltratados de niños, porque están frustrados, porque son enfermos…

La tercera pregunta es deslomadora, pues hace referencia a la pasividad de la víctima: ¿Por qué ellas caen en sus redes? ¿Por qué no se dan cuenta a tiempo? Y si se dan cuenta…si son conscientes de lo que les está pasando, ¿por qué no piden ayuda?

Lo más seguro es que ellas piden ayuda y somos nosotros los que no oímos, los que no hacemos caso, los que miramos para otro lado y preferimos subir el volumen de la tele para desentendernos del drama que vive nuestra vecina. Consideramos el maltrato como un asunto “doméstico” en el que es mejor no meterse por pudor. Pero nuestro pudor se convierte en cómplice.

¿Cárcel o terapia? Es la disyuntiva que se le plantea a Raúl, el maltratador de No me hagas daño. Obviamente él elige terapia. Pero ¿hay esperanzas de reinsertar en la sociedad a un maltratador? ¿No es demasiado indulgente la Justicia con ellos proponiéndoles semejante disyuntiva y dejándolos en libertad para que puedan seguir acosando a sus víctimas? Estas preguntas finales hielan el alma. Porque muchos episodios de maltrato acaban de manera irreversible para la víctima. Y entonces es cuando nos hacemos las preguntas. Cuando ya no tienen sentido.

 

 

 

NO ME HAGAS DAÑO